domingo, 31 de agosto de 2014

Capitulo I

LADRÓN




El bullicio del pueblo comenzó temprano aquel día, los gritos de los niños eran transportados por la suave brisa que anuncia la llegada de la primavera. Los aldeanos de Nox preparaban los festejos para la llegada de la diosa del viento, de la primavera, la diosa Lyftiren.

Nox era una pequeña villa, al norte de Noam, donde los agricultores, quienes vivían en los campos a las afueras de la villa, podían reunirse para ofrecer sus cosechas y ganado o adquirir variados artículos de los herreros o vestimenta en el único salón de costura.

Sin embargo, aquel día era diferente, era día de festejo. Los mercados se alzaron a lo largo de la orilla del lago y la rutina matutina fue rota.

Los festejos de los cambios de estación eran considerados importantes por los aldeanos, estos eran celebrados en homenaje a los cuatro dioses del equilibrio natural, Ligiren diosa del fuego y del hogar, Eorthen dios de la tierra y la templanza de los hombres, Brimiren dios del agua y de la sanación y Lyftiren diosa del aire y los cambios.

Normalmente, estos festejos duraban hasta bien entrada la noche, cuando la luna vuelve a su escondite y la noche ya no es oscura ni clara. La música, las danzas, el vino y la comida son ofrecidos en abundancia. Numerosos festines se celebraban en todos los rincones de la plaza central de la villa. Para Aaron Obscorvus aquellos eran los momentos propicios para ir a sus anchas y poder darse una cena decente.

El joven Aaron Obscorvus era considerado un menesteroso en la villa mucho antes de la tragedia ocurrida en su familia. Los aldeanos habían insistido por años a Elizabeth de deshacerse del niño, abogando que podría traerles mala suerte y sufrimiento, no solo a ella y su familia, sino al pueblo en general. Cuan doloroso fue para Aaron ver las predicciones de los aldeanos volverse realidad.

Dos años atrás, su hogar había sido atacado en la noche, siendo destruido hasta los cimientos, fue allí, donde Aaron perdió a sus padres Elizabeth y Philippe y sus hermanos Alan e Isabela.

Desde entonces Aaron fue rechazado en la aldea y obligado a vivir en el bosque. Aaron supo por su hermano Alan, cuando el tenía tan solo cinco años, que la razón por la cual los aldeanos lo odiaban, era por el hecho de ser pelirrojo, característica atribuida a los sirvientes del dios de la oscuridad.

Según la superstición popular, los pelirrojos engañaban a las personas puras de corazón y los alejaban del camino que lleva al dios de la luz, guiándolos al reino del dios de la oscuridad, valiéndose de sus cabelleras como antorchas. Todo aquel que era llevado allí seria atormentado hasta el final de los días.

Sin embargo, a Aaron estas supersticiones lo tenían sin cuidado. Había aprendido a desconfiar de los demás, aldeanos o viajeros, y a vivir en solitario, incluso mucho antes de la tragedia de su familia. Aaron se había convertido en un habilidoso ladrón, que recorría las callejuelas de Nox para proveerse de alimentos.

El día del festival, el chico iba cubierto por una túnica negra de lino, descolorida por el tiempo y rasgada por las ramas de los árboles del bosque, con la capucha puesta y un pequeño saco vacío, el joven caminaba por el mercado. Observaba atentamente los puestos descuidados para echar mano de lo que pudiera.

En un principio, justo después de la perdida de su familia, el joven pensó que los aldeanos se apiadarían de él, pero empujado por la falta de misericordia de los habitantes, el joven se convirtió en un delincuente que se dedicaba a robar en los mercados y cuando podía en las casas. Generalmente robaba alimentos, las prendas de vestir solo las robaba cuando las que tenía estaban ya muy deterioradas.

En aquel entonces, los festivales del cambio de estación representaban para Aaron un momento de profunda tristeza. En otro tiempo mas alegre, Aaron los disfrutaba en compañía de sus hermanos. Compartía cenas con su familia, Jugaba y bailaba en los caminos junto a Isabela, siguiendo el sonido de la música, asistiendo a discursos de alquimistas o escuchaba relatos de otras tierras por parte de los viajeros que venían de más lejos. Siempre después de un festival, Isabela y él pasaban días hablando de lo que había más allá de Nox, de las tierras por explorar y de la posibilidad de encontrar un lugar donde Aaron no fuese rechazado. Especialmente extrañaba a su hermanita.

Alejando los pensamientos de tristeza, Aaron sacudió la cabeza, y se concentró en su misión, aquel día podría darse un banquete, intentaría robar algo de carne y fruta para compartir con los animales del bosque. Los gritos de los mercaderes se elevaban entre el bullicio de la multitud. Aquel día había más gente de lo habitual.

El mercado estaba dispuesto en dos hileras de carpas que formaban un camino entre ellas, a cada lado los mercaderes montaron sus puestos y exhibieron sus mercancías. Carne, pan, pescado, vegetales, frutas, vajillas, ollas, joyas y un sin fin de artículos se amontonaban sobre rústicas mesas que atraían a los compradores.

Aaron sabía lo que buscaba y el resto no le interesaba en lo absoluto. Pero muy a su pesar, rara vez se adentraba más allá de los primeros puestos. Las carpas siempre eran dispuestas a lo largo del lago, siguiendo el camino que conduce fuera de la villa. El chico sabía que en la parte más alejada se encontraban los mejores artículos, joyas, telas, herramientas y armas, al igual que los libros raros que narran las aventuras de los alquimistas o la devoción a los dioses. Igualmente los mejores puestos de comida también estaban en aquel lugar.

Aunque era hábil para escapar, si se adentraba mucho y era descubierto corría el riesgo de ser atrapado, y aunque durante dos años nunca lo habían logrado, tampoco habían estado muy lejos de hacerlo.

Repentinamente, una disputa en un puesto de pescado llamó la atención del joven, quien ya tenía el saco medio lleno.

¿Tres monedas de plata esta carpa? — pregunto una mujer, escandalizada por el precio del pescado.

Así es, señora. Mis pescados son de la más alta calidad — replico el pescadero, tomando la carpa por la cola y zarandeándola ante los ojos de la señora.

Aaron se acercó sigilosamente, mientras la mujer le respondía al pescadero tratándolo de ladrón y alegando que el pescado no era fresco. Al acercarse, Aaron vio la mesa que estaba llena de pescado maloliente. Carpas y truchas cubrían gran parte de esta, pero un pez en particular atrajo la mirada de Aaron, unos pocos lucios, con el cuerpo verdoso y franjas pardas. Estaban a unos solos centímetros de su alcance.

Escuche señora, si no le gusta mi pescado, puede irse a la mierda —Vocifero el pescadero atrayendo todas las miradas hacia él. Un murmullo general se alzó en los compradores que estaban cerca y la mujer produjo un gritito de indignación. Aaron aprovechó la oportunidad. Rápidamente extendió su mano y tomo el lucio que tenía más cerca de la cola triangular y lo atrajo hacia sí. Sin embargo, el pescador a pesar de estar discutiendo con la mujer, no pasó inadvertido el movimiento del chico y salto inmediatamente al ver el lucio desaparecer junto con el joven encapuchado.

¡Ladrón!— Rugió el hombre, señalando hacia el joven que se abría paso entre la multitud. Aaron lanzó una mirada sobre su hombro hacia el puesto del pescadero y los ojos azules del joven se encontraron por un instante con los del hombre quien formó una expresión de sorpresa al reconocerlo —¡Es el pelirrojo! ¡Atrapen a ese maldito!

Pero Aaron ya había puesto pies en polvorosa, alejándose del puesto del pescador y del mercado. No pensaba dejarse atrapar y tampoco pensaba perder su trofeo. El lucio era uno de los pescados que solía prepararle su madre. Salio del mercado y giro a la derecha perdiéndose por el camino que atravesaba el pueblo hacia el bosque.

Corrió sin mirar atrás, paso por enfrente de un grupo de niños que jugaban a los alquimistas, a su espalda un grupo de hombres lo seguía.

Giro por un callejón y ¡PLAF!

Su trasero choco contra el suelo, causándole un gran dolor y la mano derecha se resbaló sobre una piedra, ganandole una pequeña herida. Instintivamente aferro el fardo contra el pecho, negándose a entregar su cena. La capucha se había resbalado de su cabeza.

¿Estas bien? —preguntó una amable voz.

Aaron levantó la cabeza y vio a un hombre joven y alto, con el cabello negro y largo, cayéndole en cascada sobre la espalda. Sus ojos del color del oro fundido lo miraban radiantes, sin rencor, con una chispa de preocupación. Aaron contestó y miro sobre su espalda. "este hombre no es de aquí" pensó Aaron.

Déjame ayudarte —el hombre extendió una mano a Aaron, una amable sonrisa se dibujaba en su rostro. Aaron se ruborizó. Era la primera vez después de mucho tiempo que alguien lo miraba sin rencor.

Una suave brisa se filtró por el callejón produciendo que unos aros de plata que colgaban del cinturón en cuero del hombre tintinearan dulcemente. Aaron dudó en extender la mano, pero lo sorprendió ver una expresión de inquisición en el rostro del joven.

Aaron extendió la mano y aparto la mano del hombre con brusquedad. Se puso en pie y lo miro a los ojos, desafiándolo a que replicara. El hombre parecía consternado por la reacción del joven pero al mismo tiempo interesado en él. Sin saber porque lo hacia, Aaron se dirigió al hombre.

Por favor, déjame pasar, sino lo haces me atraparan y... me pasara algo horrible.

El hombre lo miro aun con mas intriga, Aaron estaba ansioso e instintivamente lanzo una mano a su cabello, detrás de su oreja y comenzó a tirar suavemente de este. En aquellos ojos de oro liquido Aaron solo vio interés por su persona.

¿Por dónde se fue ese maldito pelirrojo? ¡PELIRROJO LADRÓN!

Lo habían alcanzado. El hombre miró en dirección del camino y luego hacia el joven.

Por favor.

Una chispa de comprensión atravesó su rostro. El hombre se hizo a un lado y sonrío a Aaron quien no se entretuvo más tiempo y volvió a tomar huida, dirigiéndose a su refugio.

****

El cielo se cubrió de un manto de estrellas, la luna, parcialmente cubierta por nubes, filtraba su lúgubre luz hacia la copa de los árboles. Allí, sentado sobre una raíz saliente, Aaron miraba hacia el pueblo, los cantos y las risas llegaban hasta el bosque. Sin embargo, su mente estaba lejos del festival. Después de escapar de los mercaderes, no había podido sacar de su mente al hombre de ojos dorados. Sabía que no era de allí, no lo había visto antes, además la ropa que llevaba era distinta a la de los habitantes de Nox. El hombre iba ataviado con una tunica con la tonalidad del musgo, pero había algo más que había notado y era un collar gris y circular con la imagen de tres espirales.

¿Quién era ese hombre?... Isabela, desearía que estuvieras aquí.

El joven se levantó. Suspiro profundamente pensando en su hermanita y el misterioso hombre. Calándose la capucha cubrió su cabello rojo y se dirigió a la plaza de la villa. Aun podría adquirir algunos víveres de más.

Mientras se dirigía hacia la plaza de Nox, su mente volvió a la noche en que perdió a su familia.

Lo que había ocurrido aquel día, era todo un misterio, los habitantes atribuían el incidente a un castigo de los dioses hacia los Obscorvus por permitir que Aaron permaneciera en la villa. Él, el pelirrojo maldito de Nox. Aaron sabía que aquello eran estupideces de agricultores supersticiosos, porque él no podía ser el culpable, ¿o sí?

Varias semanas antes de que el incidente tuviera lugar, Elizabeth y Phillipe habían recibido una misteriosa visita, desde entonces habían estado altamente nerviosos. Prohibieron a Aaron y sus hermanos de salir y se mostraron extremadamente cautos con los habitantes de Nox y todo viajero que llegaba.

Aaron había notado que Alan sabía lo que ocurría, dado que era el mayor y su padre confiaba plenamente en él. Alan y su padre se turnaban para ir al mercado por víveres, sin demorarse o entretenerse en trivialidades.

Quien peor lo habían pasado era Isabela, quien acostumbraba ir a la orilla del lago con sus amigas, o visitar los mercados de joyas y vestidos, donde soñaba con convertirse en una doncella y conocer al señor de algún castillo en alguna tierra lejana o incluso conocer al mismo príncipe del castillo de cristal.

Después de que Elizabeth les prohibiese salir, la joven se negaba a dirigirle la palabra a sus padres y lloraba amargamente en las noches. Aaron sabía que esto era en gran medida porque Isabela había estado tomando clases de costura con sus amigas en la casa de una anciana desdentada del norte del pueblo quien decía haber vivido en un castillo. De igual forma su hermana había aprendiendo a escribir y recitar poemas épicos con los libreros. El hecho de que el joven pelirrojo supiera leer y escribir era gracias a Isabela quien le había enseñado todo lo que ella aprendía en el pueblo. Ella había sido su maestra y mejor amiga.

Aaron fue el único quien supo sobrellevar la situación, a pesar de no saber lo que sucedía. Acostumbrado a evitar a los lugareños, el joven tuvo que aprender a mediar con los berrinches de su hermana.

Isabela, no sé cuál sea la razón de este aislamiento, pero seguro que pronto pasara, además no es tan difícil, yo lo he hecho toda mi vida — razonaba el joven con su hermana. Quien siempre se mostraba más comprensiva al compadecerse de él.

Alan por su parte deseaba mostrarse digno de confianza con sus padres, pretendiendo que el aislamiento no le importase, pero Aaron sabía que su hermano mayor extrañaba ver a Amanda la hija del señor Lepux, el hombre que aprendió a Alan el oficio de leñador.

Pero el trágico día en que perdió a su familia, Aaron desobedeció a sus padres. Aquella tarde, al ocaso, mientras leía con Isabela "La Historia de Paracelso: el primer gran alquimista" una horda de gritos se elevó en el bosque. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Aaron. Desde que Aaron era pequeño, tenía la habilidad de comunicarse con los animales. Aquella noche los gritos de desesperación que provenían del bosque eran algo que él jamás había escuchado antes.

El joven dejo a Isabela sola en la habitación y se dirigió a la cocina. Desde la ventana que daba al bosque vio una horda de aves que escapaban de las copas de los árboles. Intento ignorar los gritos que eran cada vez más fuertes, pero el sufrimiento que escuchaba en ellos le atravesaba el alma.

Se sentó en el suelo de la habitación, la respiración agitada. no podía soportar aquellos gritos lastimeros. Debía hacer algo. Temblando, se puso de pie, impulsado por el deseo de ayudar a las criaturas que proferían aquella agonía tan apremiante.

Se dirigió a la puerta, pero su padre estaba cerca, sentado a la mesa con su madre. Elizabeth y Phillipe hablaban entre susurros.
Phill, han pasado dos semanas desde que Nicolás vino a prevenirnos, esta expectación me está poniendo nerviosa.

Lo sé, Beth, pero ellos no pueden saber que estamos aquí. Cuando quitamos la Orden para proteger los contenedores lo hicimos bajo el mas alto secreto.

Un nuevo grito se elevó en la noche. Aaron retrocedió y volvió a la cocina. El dolor que escuchaba le atravesaba, como si el mismo lo sintiera.

Salio por la ventana de la cocina y corrió hacia el bosque. Al internarse entre los árboles vio un grupo de personas que salían a cielo descubierto. El grupo iba ataviado con túnicas negras. Aaron los vio alejarse, pero no les presto atención y siguió su camino a la fuente de los quejidos lastimeros.

Cuando se adentró un poco más en el bosque, descubrió a varios animales heridos, reconoció algunos de entre ellos, con los cuales solía compartir cuando se adentraba en el bosque. Aunque eso era antes de ser aislado completamente en la casa.

Los animales yacían en el suelo, aunque más se internaba más animales encontraba. Había algunos que estaban muertos entre los heridos. Zorros, aves, liebres e incluso tres serpientes habían muerto. Desde los arbustos y las raíces Aaron escucho muchos otros animales que se ocultaban.

Pueden salir, ya no hay peligro. ¿Qué ha pasado?

Un clamor se elevó entre los animales. Aaron no logró comprenderles. Llamando al silencio, los animales se dispersaron entre los heridos y los cadáveres.

Un grupo de humanos acaba de pasar por aquí atacando toda criatura que se atravesaba en su camino —le informó en un siseo una serpiente enroscada en la rama de un cedro. El joven recordó al grupo que salio del bosque.

Aaron recolectó los cadáveres de los animales y formo un túmulo con sus cadáveres. Las lagrimas se deslizaron por las mejillas blancas del joven. Los animales heridos soltaban gemidos lastimeros. Cuando el pelirrojo se arrodilló junto a un zorro sintió una sensación de calor que recorrió su cuerpo y se extendió a su alrededor. De la tierra surgieron plantas que cubrieron a los heridos.

¡BUM!

Las plantas retrocedieron y Aaron se sobresaltó al escuchar una explosión proveniente del pueblo. Los animales se dispersaron asustados. Aaron se levantó, los animales que estaban heridos estaban mejor y se alejaron con recelo. Una vez más escucho gritos, pero estas vez eran gritos de terror provenientes de los aldeanos. El pelirrojo volvió corriendo a la villa. Lo que encontró, cambio su vida.

Una columna de llamas y humo se elevaban en la noche donde antaño se encontraba su hogar. Los aldeanos estaban allí reunidos. Las mujeres se reunían en corros, hablando con voces agudas y angustiadas. Los hombres y algunas mujeres corrían de un lado a otro buscando la forma de extinguir el fuego.

El señor Lepux salio por la puerta principal, seguido de otros hombres cargando dos cuerpos. El hombre informó: —Estos son los padres, no hay rastro de los jóvenes.

Una exhalación general se alzó del grupo.

Esto es culpa del pelirrojo.

Yo estoy segura de haberlo visto entre las llamas riendo como un loco al lado del cuerpo de su hermano.

Una joven comenzó a llorar desconsoladamente, y abrazo a la mujer que la acompañaba. Aaron las reconoció. Eran la señora Lepux y su hija, Amanda. Mientras observaba las llamas, Aaron sentía como si lo viera todo desde muy lejos. La realidad no lo alcanzaba.

Una de las ventanas explotó y un grito a su derecha, lo volvió a la realidad. Fuertes temblores se apoderaron de él. Tenía los puños cerrados fuertemente a su costado. Desconsolado cayo de rodillas, las lágrimas salían como caudales de sus ojos. Todo se transformó en una imagen borrosa y voces sin sentido a su alrededor. El dolor lo golpeo con toda su fuerza...

¡Te tengo ladrón! —Exclamó una voz detrás de él, volviéndolo al presente. Las melodías de los tambores y las flautas llegaron a sus oídos junto con la voz. Una mano se cerró sobre su brazo. Sus mejillas estaban húmedas.

Aaron miró sobre su hombro y vio al señor Lepux.


PRELUDIO                                           Capitulo II

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