martes, 9 de septiembre de 2014

Capítulo II

Propuesta


Aaron intentó liberarse de la mano que lo asía, pero la fuerza del hombre era superior a la suya. El pelirrojo miró a su alrededor en basca de algo con que defenderse. Estaban a pocos metros de la plaza, los cantos y risas llegaban claramente donde ellos se encontraban, al igual que la luz de una hoguera que había sido encendida.

El hombre lo miraba con desprecio, atrayéndolo hacia sí.

—Hace mucho esperaba poder poner mis manos sobre ti y finalmente te tengo. Lyftiren es bondadosa y por fin ha permitido que te atrape. Ya es hora de que Nox se deshaga de ti. Aunque debo reconocerte que eres más escurridizo que una babosa.

El hombre soltó una carcajada apretando con más fuerza el brazo del chico.

—Aunque es comprensible, siendo un servidor del señor de la oscuridad ¡Asqueroso ladrón!

Aaron forcejeó en vano por liberarse.

—Dime, ¿disfrutaste incendiando la casa de tus padres?

El miedo que sentía fue remplazado súbitamente por la ira, sus ojos azules encontraron los del hombre. Pequeños y negros, cargados de odio. Con una sonrisa retorcida, el hombre torció el brazo del chico, quien cayo de rodillas profiriendo un gemido de dolor. Lepux era un hombre ya entrado en edad, de brazos gruesos y piel bronceada por las largas jornadas de talas en el bosque.

—No creas que te voy a dejar ir tan fácil. Ahora camina que te vas a presentar ante el pueblo para responder por tus crímenes. Aquella noche debimos atraparte y lanzarte a las llamas que tú mismo produjiste.

Lepux, al igual que la mayoría de aldeanos pensaban que Aaron había causado el incendio que se había llevado su casa.

—Pero si no hubiésemos apagado el fuego, no habría sido solo la casa de tus desgraciados padres, sino la de todos los habitantes las que se habrían consumido por las llamas.

El hombre comenzó a tirar de Aaron, llevándolo a rastras hacia la plaza. Sabía que si lo llevaba allí, seria su fin. Por un instante se imaginó a los aldeanos atándolo y lanzándolo a las llamas de la hoguera.

—¡No! ¡Déjeme ir maldito leñador!

Por dos años se las había arreglado para no dejarse capturar, no podía creer que lo atrapasen de aquella manera tan estúpida. Forcejeo con el hombre, pero este lo arrastraba con suma facilidad.

—Lamento mucho lo que le paso a tu familia, eran buenas personas — el hombre se detuvo. Aaron dejó de forcejear —. Yo mismo saque a tus padres de la casa en llamas, pero nunca encontramos a tus hermanos. Alan era un chico estupendo, un poco arrogante, cierto, pero generoso y bondadoso. Mi Amanda lo amaba mucho y aun hoy llora su perdida. ¿Por qué tus padres no se deshicieron de ti cuando se lo dijimos? Por años los advertimos, pero no quisieron escuchar. ¿Por qué lo hiciste?

Aaron no dijo nada, sino que reanudo sus forcejeos, era increíblemente irritante que aquella gente pensara que él seria capaz de hacer algo semejante a las únicas personas que lo habían amado.

—Aquel día me hice esta cicatriz —Lepux le señaló una cicatriz causa por una quemadura que le atravesaba la mejilla izquierda -, cuando volví a entrar en búsqueda de tus hermanos. Por varios días ninguno en esa casa salía, todos ustedes eran raros. . Alan dejó de presentarse al bosque y cuando lo encontré un día en la plaza me evitó. Mi Amanda estaba triste por su ausencia. Cual fue mi sorpresa al verte tres días después merodeando por el mercado, pidiendo comida ¿Por qué no te largaste de aquí? Tuviste el descaro de asesinar a tu familia y aun así quedarte en la villa.

Aaron no daba crédito a lo que escuchaba, todo aquello ya lo sabía, sabía lo que pensaban de él, pero no podía dejar de sorprenderse de lo estúpidos que eran todos en aquel lugar. Era verdad que debió largarse de allí, no le quedaba nada por lo cual quedarse, pero no tenía a donde ir. Además, sin importar a donde fuera, seguramente lo rechazarían por su cabello.

La noche del incendio, Lepux volvió a entrar a la casa en llamas. Aaron no soportó ver los cadáveres quemados de sus padres, no quería ver también el de sus hermanos, aunque estos nunca aparecieron. Corrió al bosque, dejando todo ese bacanal detrás, no lo podía soportar. Deseaba morir junto con su familia, durante tres días permaneció en el bosque, llorando junto al túmulo donde había enterrado a los animales asesinados aquella misma noche. Pero después de tres días sin haber comido nada, había vuelto al pueblo en busca de alimentos. Lo que recibió a cambio fue odio, rechazo y la culpa de la muerte de su propia familia.

El hombre y el chico estaban cerca de la plaza, al girar en la esquina de la siguiente casa a la derecha estarían allí, junto con todos los habitantes de Nox y sus alrededores quienes festejaban. Todos los sonidos eran claros, de los callejones se proyectaban sombras espectrales que danzaban al compás de las llamas de la hoguera y de la música.

-Todos los pelirrojos deberían ser eliminados, sus familias no deberían criarlos, pero esta noche te enviaremos con el dios de la oscuridad, las llamas bañaran todo tu cuerpo.

Aaron perdió el poco color que le quedaba y las fuerzas lo abandonaron. Lepux volvió a soltar una carcajada y empujo al chico.

Una silueta se movió a la izquierda del camino. Una figura encapuchada apareció de entre las sombras, lo único que se distinguía de esta eran unos ojos brillantes y las formas de una mujer. El leñador se detuvo, tirando del joven, quien cayo de rodillas. Aaron intentó zafarse del hombre nuevamente sin ningún éxito, estaba tan asustado que no le quedaba fuerza alguna para luchar.

—¿Quién esta ahí? ¡Muéstrese! — vocifero Lepux.

—Solo soy una viajera que he llegado a esta villa para descansar, aunque quiero ir a la plaza, pero estoy perdida. No era mi intención asustarlos. -respondió la voz cantarina de la mujer.

—Disculpe mi rudeza, pero que hace en las sombras señorita, salga y únase a las fiestas conmigo. Aquí llevo el espectáculo principal. ¡Un pelirrojo!

Aaron lanzó una mirada a la mujer encapuchada y juro haber escuchado un gruñido.

—La verdad es que estaba hace un momento con un hombre, quería satisfacer mis necesidades... -la mujer rió coquetamente -, pero su mujer nos descubrió. Quizá usted quiera remplazarlo, se ve que es un hombre viril y fuerte...

Lepux comenzó a farfullar una respuesta ininteligible y por un momento relajo su agarre. Aquella fue la oportunidad de Aaron, quien se soltó del hombre y se alejó a gatas de Lepux y la misteriosa mujer en las sombras.

—¿Qué demonios? ¡Pelirrojo!

—Déjelo, no vale la pena ir tras esa abominación de cabello rojo cuando yo le estoy ofreciendo un verdadero tesoro.

La mujer pasó la mano sobre su vientre, dirigiéndose a la entrepierna. Lepux dudó.

Aaron se levantó y lanzo una mirada de rabia hacia las sombras donde se hallaba la mujer. "¿Abominación?" ¿Cómo se atrevía a llamarlo de esa manera? Todos eran iguales en ese lugar, aldeanos y viajeros. Todos eran iguales en Nirvana. Todos eran unos completos imbéciles que se creían con el poder de juzgar a los demás y condenarlos a su gusto.

La mujer salió de entre las sombras, dirigiéndose a Lepux. El leñador estaba ansioso. Miro a la mujer con avidez.

Aaron lanzó una ultima mirada al hombre y a la mujer envuelta en una tunica color carmín, de pechos generosos y un collar rojo, circular similar al del hombre que había visto aquella misma tarde.

No intentaría ir a la plaza, no quería arriesgarse. El pelirrojo volvió hacia el bosque, aunque antes hizo una pequeña visita en la despensa de una casa en particular.

****

El linde del bosque estaba cerca, Aaron tarareaba los cuatro vientos de Lyftiren, mientras tomaba de la botella de vino que llevaba en la mano derecha. En la mano izquierda llevaba una bolsa con un gran pedazo de queso, un jamón, pan y un par de manzanas. Cortesía del cabrón leñador Lepux.

Lamentaba perderse el festival. A pesar de detestar a los aldeanos no podía negar que los cantos y la musica lo emocionaban desde siempre. Pasar desapercibido, tomar un poco de comida de aquí o allí, escuchar la musica y ver la danza de las llamas, aquello era lo que Aaron disfrutaba de los festivales, sin contar que aquella noche el cielo se llenaría de faroles para iluminar el camino de Lyftiren así sus vientos traerían prosperidad a las cosechas de ese año.

—Oye, abominación ¡espera! —Lo llamó una voz cantarina.

Aaron se detuvo. La mujer de la tunica carmesí se dirigía hacia él. «Abominacion» pensó «ahí estaba de nuevo». ¿Acaso nadie dejaría de rechazarlo?

—¿Qué quieres? ¿Lepux no fue lo suficientemente hombre para ti, que ahora vienes por la abominación de cabello rojo? —gritó el chico con frialdad, marcando con desprecio cada silaba.

No espero a que la mujer replicara, dio la vuelta y emprendió carrera hacia los arboles. Una vez en el bosque, no podía ser encontrado. Aquel era su escondite. Su hogar.

Corrió hasta el gran cedro donde antaño encontró varios animales heridos. Allí trepó las ramas con la gracia de un felino y se ocultó entre el follaje.

—Pelirrojo, espera, solo estaba bromeando — escucho decir a la mujer.

La mujer, aun cubierta por la capucha se detuvo bajo el cedro y se inclinó a recoger algo. Aaron la espió y por poco cae al suelo. Entre las manos de la mujer estaba la botella de vino que hasta hace un momento llevaba él llevaba en las manos. Al trepar la había dejado caer.

—Debes estar por aquí — dijo la mujer, tomando un trago de la botella. Aaron apretó los dientes con fuerza. Esa era su botella.

—Seguramente trepado en un árbol — su mirada se alzó hacia los arboles, en ese instante la capucha cayo de su cabeza, revelando una larga melena pelirroja, enmarcando un hermoso rostro. Los ojos verdes de la mujer encontraron los del chico entre las ramas.
——¿Por qué viniste aquí? ¿Es este tu hogar? Baja de ese árbol, ya viste que soy como tú.

Aaron estaba sorprendido de ver a la mujer pelirroja que estaba al pie del árbol. Con recelo le pregunto:

—¿Quién eres?

—Me llamo Vittoria Escarlet, soy una alquimista de la Orden, ¿tu quien eres? ¿por qué te ocultas en este bosque?

Aaron salio de su escondite, pero no bajo del árbol.

—Soy Aaron Obscorvus, este es mi hogar.

—Es un lugar muy peculiar para llamar hogar.

—Eso no es asunto tuyo. ¿Tu quien eres y qué haces aquí en Nox?

—Eres un chico desconfiado, aunque no te culpo después de ver lo que paso hace un momento. Vengo del este, de más allá de las montañas rojas. Con el grupo con el que viajo estamos de paso solamente.

—¿Realmente eres una alquimista?

—Así es, y de las mejores, soy una alquimista de Fuego —Vittoria rio con una risa cristalina como su voz —. En estos momentos nos dirijimos a Tobara con mi grupo. Hace aproximadamente dos años partimos de Nirvana y ya estamos de regreso.

—¿Estaban en alguna misión? ¿Has viajado por el mundo? ¿Cómo es?

—Haces muchas preguntas, Aaron. ¿Vives aquí solo? ¿No tienes familia?

—Perdí a toda mi familia.

La chica miró con compasión al pelirrojo, y extendió una mano invitando al joven a bajar del árbol. Los dos pelirrojos se miraron por un instante, comunicándose en silencio. Aaron cedió y bajo del árbol.

—¿Por qué sigues aquí si todos te odian?

—No tengo a donde ir, además, soy pelirrojo, a donde vaya seré rechazado.

Vittoria soltó una carcajada que hizo enojar a Aaron.

—¡No te burles! ¡Tu no sabes lo que he vivido!

La chica se calló y lo miro con el cejo fruncido. Apartándose la cabellera le espeto: —En primer lugar, no te has fijado que yo también soy pelirroja, sé de sobra lo que has pasado, para mí no ha sido diferente. Pero todo eso quedo en el pasado, ahora que tengo a mi alrededor gente que se preocupa por mí y me demuestran que soy importante para ellos.

Aaron se sonrojó, apenado por haberle hablado de esa forma a Vittoria, por supuesto ella también debía vivir momentos difíciles. Sin embargo, Vittoria no parecía enojada.
Al mirarla de cerca, Aaron vio que ella no debía ser mayor que él, su cabello era un poco más oscuro al de él y alrededor del cuello llevaba un collar rojo y circular con la imagen de unas llamas en su interior.

—Te propongo que te unas a nosotros Aaron. Estoy segura de que Thomas aceptara recibirte en el grupo.

En ese instante una ovación de alegría llegó desde el pueblo y poco a poco el cielo comenzó a llenarse de pequeñas luces como estrellas que vuelven a su hogar. Los dos pelirrojos levantaron la cabeza y observaron por un momento el espectáculo.

Pasado un rato, Aaron miró a Vittoria y preguntó: —¿En serio? ¿Puedo unirme a la Orden?

—Espera, espera, espera... te he dicho de unirte al grupo, eso no significa que puedas convertirte en alquimista. No todo el mundo puede hacerlo, antes debes pasar una prueba.

—¿Una... una prueba? ¿No, yo no puedo irme de Nox? — La emoción se escapó de Aaron tan rápido como llego. Él no podía ser alquimista, seguro no tenía lo que se necesitaba, además tampoco podía quitar la villa. El hecho de nunca haber encontrado los cuerpos de Alan e Isabela le habían dado esperanzas de que quizá ellos no estuvieran en la casa cuando esta se incendió porque habian logrado escapar, que probablemente ellos volverían alguna vez.

—¿Por qué no puedes irte de aquí? Además, la prueba ya la has superado.

Aaron la observó inquisitivamente, en que momento había él pasado una prueba. Aquella mujer debía estar burlándose de él.

—¿A qué te refieres con que ya pase la prueba?

—¿Ves estos aros? Algunas veces los alquimistas usamos estos aros elementales para reconocer nuevos miembros, hay cuatro clases según el elemento que se le atribuye. Así, estos aros que ves aquí son de fuego, los cuales reaccionan ante una persona que pueda utilizar esta habilidad alquímica.

Aaron había visto unos aros parecidos aquel mismo día, aunque los que sostenía Vittoria eran rojos y los que él había visto eran plateados.

—¿Quieres decir que soy un alquimista de fuego?

—Aprendiz...quiza, pero, ¿por qué dices que no puedes partir?


—Porque probablemente mis hermanos regresen y debo esperarlos.


Capítulo I                                                                                                     Capítulo III

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