Propuesta
Aaron
intentó liberarse de la mano que lo asía, pero la fuerza del hombre
era superior a la suya. El pelirrojo miró a su alrededor en basca de
algo con que defenderse. Estaban a pocos metros de la plaza, los
cantos y risas llegaban claramente donde ellos se encontraban, al
igual que la luz de una hoguera que había sido encendida.
El
hombre lo miraba con desprecio, atrayéndolo hacia sí.
—Hace
mucho esperaba poder poner mis manos sobre ti y finalmente te tengo.
Lyftiren es bondadosa y por fin ha permitido que te atrape. Ya es
hora de que Nox se deshaga de ti. Aunque debo reconocerte que eres
más escurridizo que una babosa.
El
hombre soltó una carcajada apretando con más fuerza el brazo del
chico.
—Aunque
es comprensible, siendo un servidor del señor de la oscuridad
¡Asqueroso ladrón!
Aaron
forcejeó en vano por liberarse.
—Dime,
¿disfrutaste incendiando la casa de tus padres?
El
miedo que sentía fue remplazado súbitamente por la ira, sus ojos
azules encontraron los del hombre. Pequeños y negros, cargados de
odio. Con una sonrisa retorcida, el hombre torció el brazo del
chico, quien cayo de rodillas profiriendo un gemido de dolor. Lepux
era un hombre ya entrado en edad, de brazos gruesos y piel bronceada
por las largas jornadas de talas en el bosque.
—No
creas que te voy a dejar ir tan fácil. Ahora camina que te vas a
presentar ante el pueblo para responder por tus crímenes. Aquella
noche debimos atraparte y lanzarte a las llamas que tú mismo
produjiste.
Lepux,
al igual que la mayoría de aldeanos pensaban que Aaron había
causado el incendio que se había llevado su casa.
—Pero
si no hubiésemos apagado el fuego, no habría sido solo la casa de
tus desgraciados padres, sino la de todos los habitantes las que se
habrían consumido por las llamas.
El
hombre comenzó a tirar de Aaron, llevándolo a rastras hacia la
plaza. Sabía que si lo llevaba allí, seria su fin. Por un instante
se imaginó a los aldeanos atándolo y lanzándolo a las llamas de la
hoguera.
—¡No!
¡Déjeme ir maldito leñador!
Por
dos años se las había arreglado para no dejarse capturar, no podía
creer que lo atrapasen de aquella manera tan estúpida. Forcejeo con
el hombre, pero este lo arrastraba con suma facilidad.
—Lamento
mucho lo que le paso a tu familia, eran buenas personas — el hombre
se detuvo. Aaron dejó de forcejear —. Yo mismo saque a tus padres
de la casa en llamas, pero nunca encontramos a tus hermanos. Alan era
un chico estupendo, un poco arrogante, cierto, pero generoso y
bondadoso. Mi Amanda lo amaba mucho y aun hoy llora su perdida. ¿Por
qué tus padres no se deshicieron de ti cuando se lo dijimos? Por
años los advertimos, pero no quisieron escuchar. ¿Por qué lo
hiciste?
Aaron
no dijo nada, sino que reanudo sus forcejeos, era increíblemente
irritante que aquella gente pensara que él seria capaz de hacer algo
semejante a las únicas personas que lo habían amado.
—Aquel
día me hice esta cicatriz —Lepux le señaló una cicatriz causa
por una quemadura que le atravesaba la mejilla izquierda -, cuando
volví a entrar en búsqueda de tus hermanos. Por varios días
ninguno en esa casa salía, todos ustedes eran raros. . Alan dejó de
presentarse al bosque y cuando lo encontré un día en la plaza me
evitó. Mi Amanda estaba triste por su ausencia. Cual fue mi sorpresa
al verte tres días después merodeando por el mercado, pidiendo
comida ¿Por qué no te largaste de aquí? Tuviste el descaro de
asesinar a tu familia y aun así quedarte en la villa.
Aaron
no daba crédito a lo que escuchaba, todo aquello ya lo sabía, sabía
lo que pensaban de él, pero no podía dejar de sorprenderse de lo
estúpidos que eran todos en aquel lugar. Era verdad que debió
largarse de allí, no le quedaba nada por lo cual quedarse, pero no
tenía a donde ir. Además, sin importar a donde fuera, seguramente
lo rechazarían por su cabello.
La
noche del incendio, Lepux volvió a entrar a la casa en llamas. Aaron
no soportó ver los cadáveres quemados de sus padres, no quería ver
también el de sus hermanos, aunque estos nunca aparecieron. Corrió
al bosque, dejando todo ese bacanal detrás, no lo podía soportar.
Deseaba morir junto con su familia, durante tres días permaneció en
el bosque, llorando junto al túmulo donde había enterrado a los
animales asesinados aquella misma noche. Pero después de tres días
sin haber comido nada, había vuelto al pueblo en busca de alimentos.
Lo que recibió a cambio fue odio, rechazo y la culpa de la muerte de
su propia familia.
El
hombre y el chico estaban cerca de la plaza, al girar en la esquina
de la siguiente casa a la derecha estarían allí, junto con todos
los habitantes de Nox y sus alrededores quienes festejaban. Todos los
sonidos eran claros, de los callejones se proyectaban sombras
espectrales que danzaban al compás de las llamas de la hoguera y de
la música.
-Todos
los pelirrojos deberían ser eliminados, sus familias no deberían
criarlos, pero esta noche te enviaremos con el dios de la oscuridad,
las llamas bañaran todo tu cuerpo.
Aaron
perdió el poco color que le quedaba y las fuerzas lo abandonaron.
Lepux volvió a soltar una carcajada y empujo al chico.
Una
silueta se movió a la izquierda del camino. Una figura encapuchada apareció de entre las sombras, lo único que se
distinguía de esta eran unos ojos brillantes y las formas de una
mujer. El leñador se detuvo, tirando del joven, quien cayo de
rodillas. Aaron intentó zafarse del hombre nuevamente sin ningún
éxito, estaba tan asustado que no le quedaba fuerza alguna para
luchar.
—¿Quién
esta ahí? ¡Muéstrese! — vocifero Lepux.
—Solo
soy una viajera que he llegado a esta villa para descansar, aunque
quiero ir a la plaza, pero estoy perdida. No era mi intención
asustarlos. -respondió la voz cantarina de la mujer.
—Disculpe
mi rudeza, pero que hace en las sombras señorita, salga y únase a
las fiestas conmigo. Aquí llevo el espectáculo principal. ¡Un
pelirrojo!
Aaron
lanzó una mirada a la mujer encapuchada y juro haber escuchado un
gruñido.
—La
verdad es que estaba hace un momento con un hombre, quería
satisfacer mis necesidades... -la mujer rió coquetamente -, pero su
mujer nos descubrió. Quizá usted quiera remplazarlo, se ve que es
un hombre viril y fuerte...
Lepux
comenzó a farfullar una respuesta ininteligible y por un momento
relajo su agarre. Aquella fue la oportunidad de Aaron, quien se soltó
del hombre y se alejó a gatas de Lepux y la misteriosa mujer en las
sombras.
—¿Qué
demonios? ¡Pelirrojo!
—Déjelo,
no vale la pena ir tras esa abominación de cabello rojo cuando yo le
estoy ofreciendo un verdadero tesoro.
La
mujer pasó la mano sobre su vientre, dirigiéndose a la entrepierna.
Lepux dudó.
Aaron
se levantó y lanzo una mirada de rabia hacia las sombras donde se
hallaba la mujer. "¿Abominación?" ¿Cómo se atrevía a
llamarlo de esa manera? Todos eran iguales en ese lugar, aldeanos y
viajeros. Todos eran iguales en Nirvana. Todos eran unos completos
imbéciles que se creían con el poder de juzgar a los demás y
condenarlos a su gusto.
La
mujer salió de entre las sombras, dirigiéndose a Lepux. El leñador
estaba ansioso. Miro a la mujer con avidez.
Aaron
lanzó una ultima mirada al hombre y a la mujer envuelta en una
tunica color carmín, de pechos generosos y un collar rojo, circular
similar al del hombre que había visto aquella misma tarde.
No
intentaría ir a la plaza, no quería arriesgarse. El pelirrojo
volvió hacia el bosque, aunque antes hizo una pequeña visita en la
despensa de una casa en particular.
****
El
linde del bosque estaba cerca, Aaron tarareaba los cuatro vientos de
Lyftiren, mientras tomaba de la botella de vino que llevaba en la
mano derecha. En la mano izquierda llevaba una bolsa con un gran
pedazo de queso, un jamón, pan y un par de manzanas. Cortesía del
cabrón leñador Lepux.
Lamentaba perderse
el festival. A pesar de detestar a los aldeanos no podía negar que
los cantos y la musica lo emocionaban desde siempre. Pasar
desapercibido, tomar un poco de comida de aquí o allí, escuchar la
musica y ver la danza de las llamas, aquello era lo que Aaron
disfrutaba de los festivales, sin contar que aquella noche el cielo
se llenaría de faroles para iluminar el camino de Lyftiren así sus
vientos traerían prosperidad a las cosechas de ese año.
—Oye,
abominación ¡espera! —Lo llamó una voz cantarina.
Aaron
se detuvo. La mujer de la tunica carmesí se dirigía hacia él.
«Abominacion» pensó «ahí estaba de nuevo». ¿Acaso nadie
dejaría de rechazarlo?
—¿Qué
quieres? ¿Lepux no fue lo suficientemente hombre para ti, que ahora
vienes por la abominación de cabello rojo? —gritó el chico con
frialdad, marcando con desprecio cada silaba.
No
espero a que la mujer replicara, dio la vuelta y emprendió carrera
hacia los arboles. Una vez en el bosque, no podía ser encontrado.
Aquel era su escondite. Su hogar.
Corrió
hasta el gran cedro donde antaño encontró varios animales heridos.
Allí trepó las ramas con la gracia de un felino y se ocultó entre
el follaje.
—Pelirrojo,
espera, solo estaba bromeando — escucho decir a la mujer.
La mujer, aun
cubierta por la capucha se detuvo bajo el cedro y se inclinó a
recoger algo. Aaron la espió y por poco cae al suelo. Entre las
manos de la mujer estaba la botella de vino que hasta hace un momento
llevaba él llevaba en las manos. Al trepar la había dejado caer.
—Debes estar por
aquí — dijo la mujer, tomando un trago de la botella. Aaron apretó
los dientes con fuerza. Esa era su botella.
—Seguramente
trepado en un árbol — su mirada se alzó hacia los arboles, en ese
instante la capucha cayo de su cabeza, revelando una larga melena
pelirroja, enmarcando un hermoso rostro. Los ojos verdes de la mujer
encontraron los del chico entre las ramas.
——¿Por
qué viniste aquí? ¿Es este tu hogar? Baja de ese árbol, ya viste
que soy como tú.
Aaron
estaba sorprendido de ver a la mujer pelirroja que estaba al pie del
árbol. Con recelo le pregunto:
—¿Quién
eres?
—Me
llamo Vittoria Escarlet, soy una alquimista de la Orden, ¿tu quien
eres? ¿por qué te ocultas en este bosque?
Aaron
salio de su escondite, pero no bajo del árbol.
—Soy
Aaron Obscorvus, este es mi hogar.
—Es
un lugar muy peculiar para llamar hogar.
—Eso
no es asunto tuyo. ¿Tu quien eres y qué haces aquí en Nox?
—Eres
un chico desconfiado, aunque no te culpo después de ver lo que paso
hace un momento. Vengo del este, de más allá de las montañas
rojas. Con el grupo con el que viajo estamos de paso solamente.
—¿Realmente
eres una alquimista?
—Así
es, y de las mejores, soy una alquimista de Fuego —Vittoria rio con
una risa cristalina como su voz —. En estos momentos nos dirijimos
a Tobara con mi grupo. Hace aproximadamente dos años partimos de
Nirvana y ya estamos de regreso.
—¿Estaban
en alguna misión? ¿Has viajado por el mundo? ¿Cómo es?
—Haces
muchas preguntas, Aaron. ¿Vives aquí solo? ¿No tienes familia?
—Perdí
a toda mi familia.
La
chica miró con compasión al pelirrojo, y extendió una mano
invitando al joven a bajar del árbol. Los dos pelirrojos se miraron
por un instante, comunicándose en silencio. Aaron cedió y bajo del
árbol.
—¿Por
qué sigues aquí si todos te odian?
—No
tengo a donde ir, además, soy pelirrojo, a donde vaya seré
rechazado.
Vittoria
soltó una carcajada que hizo enojar a Aaron.
—¡No
te burles! ¡Tu no sabes lo que he vivido!
La
chica se calló y lo miro con el cejo fruncido. Apartándose la
cabellera le espeto: —En primer lugar, no te has fijado que yo
también soy pelirroja, sé de sobra lo que has pasado, para mí no
ha sido diferente. Pero todo eso quedo en el pasado, ahora que tengo
a mi alrededor gente que se preocupa por mí y me demuestran que soy
importante para ellos.
Aaron
se sonrojó, apenado por haberle hablado de esa forma a Vittoria, por
supuesto ella también debía vivir momentos difíciles. Sin embargo,
Vittoria no parecía enojada.
Al
mirarla de cerca, Aaron vio que ella no debía ser mayor que él, su
cabello era un poco más oscuro al de él y alrededor del cuello
llevaba un collar rojo y circular con la imagen de unas llamas en su
interior.
—Te
propongo que te unas a nosotros Aaron. Estoy segura de que Thomas
aceptara recibirte en el grupo.
En
ese instante una ovación de alegría llegó desde el pueblo y poco a
poco el cielo comenzó a llenarse de pequeñas luces como estrellas
que vuelven a su hogar. Los dos pelirrojos levantaron la cabeza y
observaron por un momento el espectáculo.
Pasado
un rato, Aaron miró a Vittoria y preguntó: —¿En serio? ¿Puedo
unirme a la Orden?
—Espera,
espera, espera... te he dicho de unirte al grupo, eso no significa
que puedas convertirte en alquimista. No todo el mundo puede hacerlo,
antes debes pasar una prueba.
—¿Una...
una prueba? ¿No, yo no puedo irme de Nox? — La emoción se escapó
de Aaron tan rápido como llego. Él no podía ser alquimista, seguro
no tenía lo que se necesitaba, además tampoco podía quitar la
villa. El hecho de nunca haber encontrado los cuerpos de Alan e
Isabela le habían dado esperanzas de que quizá ellos no estuvieran
en la casa cuando esta se incendió porque habian logrado escapar, que probablemente ellos
volverían alguna vez.
—¿Por
qué no puedes irte de aquí? Además, la prueba ya la has superado.
Aaron
la observó inquisitivamente, en que momento había él pasado una
prueba. Aquella mujer debía estar burlándose de él.
—¿A
qué te refieres con que ya pase la prueba?
—¿Ves
estos aros? Algunas veces los alquimistas usamos estos aros
elementales para reconocer nuevos miembros, hay cuatro clases según
el elemento que se le atribuye. Así, estos aros que ves aquí son de
fuego, los cuales reaccionan ante una persona que pueda utilizar esta
habilidad alquímica.
Aaron
había visto unos aros parecidos aquel mismo día, aunque los que
sostenía Vittoria eran rojos y los que él había visto eran
plateados.
—¿Quieres
decir que soy un alquimista de fuego?
—Aprendiz...quiza,
pero, ¿por qué dices que no puedes partir?
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