viernes, 12 de septiembre de 2014

Capítulo IV

Escape



El pasillo estaba iluminado por antorchas posadas en candelabros a cada costado. Las sombras se proyectaban en las paredes, engañando al ojo ante cualquier movimiento. El grupo de centauros que había salido a patrullar el bosque había regresado con dos humanos.

Makâl había visto el regreso de la cuadrilla de centauros centinelas, todos ataviados con carcajes llenos de flechas y arcos. Eran cuatro los centinelas que habían salido a la superficie. Sus cascos resonaban al pasar. El enano pudo ver entre las piernas de los centinelas a dos humanos que caminaban con las manos atadas. Eran una mujer y un hombre, los dos con el cabello bañado por las llamas.

Los centauros se alejaron entre los curiosos que habían salido a observar a los cautivos, quienes eran conducidos a las estancias del concejo. El enano intento seguirlos, pero varios faunos, enanos y ninfas se lo impidieron.

Unas horas mas tarde, Makâl esperaba la salida de los miembros del concejo. Desde que llevaran a los cautivos, las puertas se habían cerrado y no se sabía lo que sucedía. En los túneles todos volvieron a su guisa, pero Makâl encontraba extraña la demora en la estancia.

Después de la caída de los señores de los siete reinos, el caos comenzó a apoderarse de las ciudades y villas. En los bosques los animales eran cazados y las criaturas atrapadas. En tan solo un año y medio Nirvana había cambiado. La armonía entre hombres y criaturas había sido rota.

—¡Hey, Makâl! Vamos a visitar a las ninfas, los faunos ya están allí y Mabarûn se adelantó con los otros.

—Adelántate tú, Tunzâl.

El enano se alejó, balanceándose de un lado a otro. Makâl volvió a dirigir su atención a la gran puerta de piedra que tenía enfrente. Antes de que el caos se apoderara de Nirvana, Makâl había tratado numerosas veces con los hombres, intercambiando piedras preciosas por alimentos y ropa. El día que el nuevo señor se instaló en el palacio criaturas oscuras que nunca antes había visto se lanzaron a los bosques cazando todo ser viviente, humano, criatura o animal.

Muchos grupos de criaturas habían escapado, algunos haciéndose a la mar en el oeste y otros internándose al este por el desierto de oro. Tal era el caso de los Elfos que habían abandonado Nirvana por mar o de los duendes a Arual por el desierto. Makâl había planeado partir, pero la mayoría de su clan había caído en manos de las bestias soltadas desde Noam. Animales gigantescos, cubiertos por pelo y dotados de afilados dientes. Los centauros y algunos elfos los habían enfrentado, pero no pudieron contenerlos por mucho tiempo, mucha sangre se había derramado en los bosques, valles y ciudades.

Las puertas se abrieron y un fauno salio corriendo.

—¿Qué está sucediendo ahí dentro? —Inquirió Makâl.

El fauno no le prestó atención y continuo su camino. El enano persistente, corrió detrás del fauno.

—¿Qué está sucediendo? Espera.

El fauno lo ignoro. Los túneles subterráneos del bosque rubí habían sido construidos por los duendes siglos atrás, antes de mudarse a las fronteras. Desde que los ataques comenzaron, aquellos túneles habían sido su refugio. Un complejo sistema de caminos que se entrecruzaban entre si, formando un gran laberinto.

El fauno se detuvo frente a los aposentos de los centinelas. Los centauros salieron al llamado del fauno, de pelo cobrizo y diminutos cuernos.

—¡Tengo un mensaje de la mesa del concejo para El Capitan de los centauros! —El fauno sacó de una bolsa que le colgaba del costado un pergamino enrollado y se lo entrego a un centauro con los cuartos traseros blancos.

El centauro desenrolló el pergamino y lo leyó.

—¡Argus! ¡Claudio! ¡Giorgio! ¡Vamos a salir, prepárense! —Grito el centauro, dando señas a los centauros que estaban detrás de él.

—Informaré al concejo, Capitán Flavius, buena suerte —dijo el Fauno, antes de emprender carrera nuevamente hacia la estancia del concejo.

Los centauros tomaron los carcajes y los arcos. En un instante, estaban preparados para salir. El enano se ocultó en las sombras, observando a los imponentes centauros. Flavius, el Capitan estaba acompañado por dos centauros de pelaje negro y uno de pelaje cobrizo.

—¿Cuál es la misión, Flavius? —Pregunto el de pelaje cobrizo.

—Aun hay dos humanos más en el bosque, Claudio. ¡Vamos!

Los centauros partieron, dirigiéndose a la entrada sur. Makâl los siguió hasta la entrada.

—¡Hay mucho movimiento el día de hoy! —Comento un viejo fauno que estaba apoyado contra un muro —. Envidio a los centinelas, quienes salen a campo abierto. Estoy cansado de estar bajo tierra.

—Entiendo a lo que te refieres.

—¿Cómo te llamas mi barbudo amigo?

—Makâl, hijo de Kha'i.

—Mucho gusto, yo soy Eldwin. ¿Sabes qué es lo que ocurre?

—Los centinelas fueron a capturar a otros dos humanos. Deben ser compañeros de los que encontraron hace poco. Los dos pelirrojos.

—¿Tú los vistes? Yo prefiero no meterme en las multitudes, ya no soy tan joven como antes —El anciano rió pasiblemente.

—Hay algo que no me encaja del todo esta noche. Normalmente, cuando atrapan a un humano lo encierran en los calabozos o en el mejor de los casos lo liberan en la entrada este, cerca de la ciudad, pero esta noche el concejo ha estado reunido con los dos que capturaron.

—¿Quieres saber lo que yo pienso? Esos dos deben ser alquimistas, al igual que los que están afuera. Hace más de un año la orden fue destruida, los alquimistas que sobrevivieron al ataque escaparon y ya no se volvió a saber de ellos. Además, si es un grupo de cuatro, debe ser lo más lógico.

—Pero eso no puede ser posible.

—¿Conoces La razón por la cual el concejo está tan desesperado por conseguir humanos?

—No, siempre me he preguntado que es lo que buscan con ello.

El fauno miró hacia ambos lados del pasillo, cerciorándose que nadie estuviera cerca. Un grupo de minúsculas hadas paso volando por el fondo del pasillo, riendo por lo bajo. Cuando el enano y el fauno las perdieron de vista, el fauno prosiguió:

—El líder del concejo se contactó con el señor de Noam y le propuso un trato — El fauno bajo la voz hasta convertirla en un susurro —. Entregarle a los alquimistas que encontrara en el bosque a cambio de dejar a las criaturas del bosque en paz.

—¿Está hablando en serio? Pero, ¿Cómo sabe eso?

—Porque yo, Makâl, hijo de Kha'i, hice parte del concejo. Que yo este aquí no es ninguna coincidencia.

—¿Pero como puede el concejo permitir eso? Cuantos humanos no han sido capturados a lo largo del ultimo año, no me diga que todos ellos han sido entregados al señor de Noam.

El fauno guardó silencio, mirando hacia el suelo.

—El señor del palacio de rubí nos propuso llevarle cien humanos con habilidades alquimistas y cien fueron llevados, pero él cambió de parecer y pidió cien mas.

—¡No puedo creer lo que me estás diciendo! ¿Cien humanos han sido sentenciados ante un hombre tan cruel como lo es Asmodeus?

—Ciento cincuenta y tres, ciento cincuenta y siete, si contamos a los cuatro de esta noche. Cuando Asmodeus nos pidió cien humanos mas, yo no pude soportar por más tiempo y me retire del concejo.
Makâl estaba consternado con la historia de Eldwin. Durante sus viajes había conocido alquimistas, muchos de ellos habían llegado a ser personas preciadas para él.

—Mi joven y barbudo amigo, no quisiera empeorar la forma en que te sientes, pero la captura de hoy es realmente importante. Tú te preguntabas el porqué de la situación tan extraña del día de hoy.

—Usted ya ha respondido a mi pregunta, viejo Eldwin.

——¿No ves una diferencia a las ocasiones anteriores?

El enano se quedó mirando al viejo fauno inquisitivamente, hasta que la respuesta le vino a la mente.

—¡El tiempo que han estado con ellos!

El viejo Fauno asintió. En ese instante, la puerta se abrió, levantándose a los cielos y una corriente de aire se filtró junto a los centinelas y los prisioneros. En esta ocasión Makâl vio a dos hombres, uno alto y delgado, con el cabello negro calleándole sobre los hombros y a otro un poco más bajo, gordo y con una barba casi tan larga como la del mismo enano, aunque con una calva prominente. Flavius, El Capitan de los centauros llevaba en las manos a una gata negra, la cual estaba atada con unas cuerdas.

—Apártense de la entrada —Exigió Flavius, lanzando una mirada de rencor a Eldwin —¿Qué hace aquí anciano traidor?

—Ya me iba, Flavius.

El viejo fauno se alejó con paso tranquilo, seguido por el enano, mientras los centauros se alejaban haciendo resonar los cascos con su marcha.

—Escúchame Makâl, hijo de Kha'i tienes que ayudar a esos alquimistas a escapar de aquí y guiarlos lejos de Noam. Durante el último año estuvimos entregando a Asmodeus humanos capaces de desarrollar habilidades alquímicas, pero estos son alquimistas. Solo los dioses saben lo que les espera.

—¿Cómo voy a ayudarlos a escapar?

—Primero debemos saber lo que se proponen hacer con ellos. Sígueme.

El enano y el fauno recorrieron los tuneles, el fauno caminaba lentamente guiando al enano por caminos que nunca antes había recorrido. Así su camino lo llevó a una gran estancia, en la cual había todo tipo de objetos y armas.

—Por esa puerta del fondo. Allí escucharemos y veremos lo que sucede.

Los dos seres se desplazaron en silencio como sombras por la estancia, hasta llegar a la puerta que indicaba el fauno. Una vez dentro, llegaron a un pequeño recinto lleno de escudos y armaduras, en el cual, al otro extremo, había una pequeña ventana.

Eldwin se acercó a la ventana e hizo señas al enano para que se le uniera.

—Ningún miembro sabe de la existencia de esta ventana. Observa.

El fauno paso la mano sobre el cristal y esta desapareció, al volver a pasar la mano, el cristal volvió a materializarse. El enano conocía la magia de los duendes, por lo cual aquella pequeña ventana no lo sorprendió. De hecho, Makâl sabía perfectamente, que era una ventana que solo permitía a una de las partes observar, lo cual significaba que podrían ver y escuchar lo que sucedía al otro extremo sin que nadie remarcara en ellos. Los duendes siempre habían sido los mejores espiando.

Makâl se asomó a la ventana y vio una estancia similar a la que acababa de dejar atrás, con la diferencia que esta estaba prácticamente vacía. A excepción de la gran mesa en la cual los miembros del concejo se sentaban. En el extremo derecho de la mesa estaba una ninfa, ataviada con un vestido de rosas marchitas, a la cual nunca antes había visto, justo a su izquierda estaba Azaghâl, el enano que representaba a su pueblo en aquel concejo. En medio de la mesa estaba el señor de los Elfos, Siqilisse. Makâl nunca lo había conocido, pero había escuchado rumores de que era alguien muy estricto.

Detrás del elfo estaba el fauno que había visto salir con el mensaje para los centauros.

—Ese fauno es mi nieto, es el mensajero del concejo. No me ha vuelto a dirigir la palabra desde que abandone mi puesto —Susurro el fauno al oído del enano.

Makâl siguió el recorrido de la mesa, junto a Siqilisse había una silla vacía y justo al lado se encontraba un centauro de piel negra, que movía la cola con impaciencia de un lado al otro. En el centro de la estancia estaban los cuatro humanos y en un saco estaba la gata, que intentaba liberarse.

—¡¿De donde vienen?! —inquirió el Elfo poniéndose en pie, golpeando la mesa con las manos.

—Cálmate Siq, no vale la pena alterarse con estos humanos —dijo la ninfa, apoyando los codos sobre la mesa y mirando al humano de cabello largo y negro que estaba delante del resto de prisioneros, con las manos esposadas —Dinos, joven alquimista, ¿de dónde vienen? ¿A dónde van? ¿Qué hacían en nuestros dominios? ¿Acaso están locos al andar tan libremente por estas tierras?

—No les voy a responder nada, esta no es forma de tratarnos. Acaso ustedes no son seres pacíficos. Mirad lo que habéis hecho a mis compañeros —el alquimista señalo a los dos pelirrojos que yacían en el suelo, Makâl vio que el chico estaba inconsciente y la chica sangraba de un labio.

—¡No te atrevas a juzgarnos en nuestros dominios humano ! —espeto el centauro dando una coz contra el suelo —. Si no quieres pasar lo mismo que ellos, responderán a nuestras preguntas (Nuevamente pateo el suelo).

El hombre de cabello negro miró desafiante al centauro.

—Durante dos años estuve ausente de Nirvana y tal parece ser que las cosas han cambiado. ¿Dónde está la legendaria hospitalidad de los enanos y los elfos? ¿o la alegría de las ninfas y los faunos? Incluso los centauros quienes evitan a los hombres, han tenido relaciones cordiales con estos.

—¿De dónde vienen? —repitio el elfo, mirando directamente al humano a los ojos —. Comienzo a cansarme de vuestro silencio, tuvimos que dejar inconsciente a tu compañero para que la humana hablara, ¿tenemos que hacer lo mismo contigo?

—¡Thomas, lo siento! ¡Si no hablaba habrían matado a Aaron!

—No te preocupes Vittoria, hiciste lo correcto. Aquí lo unico que no esta bien es el trato que estamos recibiendo.

El elfo miró al centauro, quien asintió y luego dio tres coces contra el suelo. De una puerta a la derecha de la estancia salieron dos enanos. La humana soltó un grito de terror y se acurrucó, formando un ovillo con su cuerpo.
—Las cosas están así humanos, ustedes nos dicen lo que queremos y nosotros no les haremos daño. No es la forma en que nos gusta hacer las cosas, pero ustedes fueron quienes comenzaron —declaro la ninfa, jugando con su cabellera dorada.

—¿A qué se refiere? —pregunto Makâl al fauno.

—Cuando empezó la caza de criaturas, muchos humanos participaron, no sabemos cuáles eran sus motivaciones, pero eso no impidió que los nuestros muriesen. El padre del fauno que ves en ese recinto murió a manos de un humano. Mi unico hijo.

Makâl sintió un remolino de emociones agitarse en su interior, enterarse que los humanos habían participado en la caza de los habitantes de los bosques lo enfadaba sobremanera, ya que nunca había podido aceptar completamente el complejo de superioridad de las especies, pero por otro lado le parecía injusto que humanos inocentes pagaran por los actos de otros. Muchas guerras se habían desatado por las mismas razones, el inocente era la víctima culpada por el crimen de un victimario que nunca llego a conocer.

los intereses de unos perjudicaban a otros y el sufrimiento se propagaba por el mundo como una enfermedad. Humanos, enanos, elfos o faunos, poco importaba la especie, todos vivían y compartían el mismo suelo, la misma agua, el mismo aire, el mismo fuego. ¿Por qué debían atacarse los unos a los otros?

Makâl volvió a observar por la ventana y vio que uno de los tenía entre los brazos al gordo, mientras que el otro lo golpeaba en el estómago con un mazo.

—¡Deténganse! ¡Deténganse! —lloraba la humana, mirando al gordo y luego a los miembros del concejo.

—¿Van a hablar?

—¡Por favor! ¡Thomas, diles, diles!

—¿Y bien?

—¿Por qué los están torturando? —pregunto Makâl al viejo fauno quien se había alejado de la ventana.

—Quieren saber si conocen la ubicación de otros alquimistas, esperan comprar el favor de Asmodeus. No los juzgues, nosotros no fuimos hechos para vivir en estas condiciones, ustedes los enanos están acostumbrados, pero ellos no. Estar bajo esta tierra nos hace perder el juicio. ¿Por qué crees que Azaghâl no ha dicho nada? El los entiende, aunque no lo comparte. Es por ello por lo que tu condenas sus acciones, porque aun conservas el juicio. Ellos están desesperados por su libertad de caminar bajo las estrellas, y sentir el césped en sus pies.

"Yo conozco ese grupo de alquimistas, hace un par de años pasaron por aquí, se dirigían al foso rojo en busca de los duendes. Estaban en compañía del maestro supremo de la orden de alquimistas, Nicolas Flamel. El motivo por el cual los alquimistas fueron eliminados es porque ellos eran los guerreros del reino. No es ningún secreto que nuestros antiguos gobernantes ya no están y los que están ahora temen al poder de los alquimistas, sus conocimientos, sus artes.

Makâl volvió a mirar por la ventana justo a tiempo de ver a otro grupo de enanos entrar en la estancia.

—¡Llévenselos, estos cuatro no saben nada! -Exifio el elfo, levantandose de la mesa.

Los enanos arrastraron al pelirrojo y al gordo que estaban inconscientes, mientras que al hombre y la mujer los levantaron a la fuerza y los sacaron a empujones. La chica no paraba de llorar.

Uno de los enanos alzó el bulto con la gata y algo cayo al suelo. Desde donde estaba, Makâl no alcanzaba a reconocer lo que era. Ninguno de los miembros del concejo pareció ver el objeto en el suelo, y todos salieron de la estancia dejándola vacía.

El enano se giró a Eldwin y le dijo: —Si lo que dices es cierto, estos alquimistas podrían ser nuestra esperanza. No ganaremos nada entregándolos a Asmodeus, ayudarlos es nuestra mejor opción.

—¡Eso quería escuchar, mi barbudo amigo! Vamos, tenemos trabajo que hacer.

****

Makâl había ocultado una bolsa con proviciones, armas y herramientas útiles para los alquimistas, en el lugar que Eldwin le había indicado. Un túnel que estaba derrumbado al oeste, justo donde había caído la tierra, obstruyendo el paso había una puerta oculta, la cual conducía a una salida secreta. La misión del enano era ayudar a los prisioneros a escapar.

Antes de dirigirse a las mazmorras, Makâl se infiltró en la estancia del concejo y recupero el objeto que había caído de la bolsa donde estaba la gata. Era un collar en cuero, con una esfera de cristal que contenía una pequeña piedra en su interior. Makâl se sorprendió al ver que la esfera estaba intacta, a pesar de haber golpeado el suelo de roca. Guardando el collar en un bolsillo interior de su chaqueta, el enano salio cargando la bolsa.

Después de recorrer el túnel que conducía a las mazmorras, el enano descendió una pequeña escalera. Al llegar a la puerta escucho unas risitas provenientes de una de las celdas, echando un vistazo, el enano vio al guardia, un fauno joven en los brazos de una ninfa, quien jugaba con el enorme miembro erecto del fauno.

Makâl no podía sentirse más afortunado, con sigilo cerro la puerta de la celda, sorprendiendo a los amantes. El fauno saltó, soltando una maldición, mientras la ninfa soltaba el miembro de la criatura y se ocultaba en las sombras.

El enano corrió hacia las celdas donde estaban los prisioneros. Había recuperado las llaves que estaban junto a la puerta y su misión estaba prácticamente completa.

—¡¿Estan todos bien?! —Pregunto exaltado Makâl, asomándose a las celdas.

—¿Quién eres? —pregunto la chica, quien tenía los ojos rojos y saltones por el llanto.

—Ya habrá tiempo para presentaciones, primero tienen que salir de aquí.

Makâl abrió las celdas, el pelirrojo y el gordo ya habían recobrado la conciencia, pero estaban débiles para poder caminar, el enano liberó las manos y pies encadenados en argentaurum que ataba a los cautivos. Por su parte, la gata seguía metida en el saco. El enano la libero de último y la saco con brusquedad.

—Cuidado con ella, no la lastimes —Dijo el pelirrojo, arrebatando el bulto de las manos de Makâl con cuidado. El chico apenas podía mantenerse en pie.

Makâl decidió ignorar al chico, de la bolsa que llevaba saco varias capas oscuras y las distribuyo a los cuatro humanos.

—¿Por qué nos ayudas? —pregunto el joven de cabello largo cuando el enano le alcanzó la capa.

—Porque ustedes son más útiles vivos que muertos. Pongansen las capas y síganme.

Los cuatro humanos, el enano y la gata recorrieron los tuneles, ocultándose en las sombras. Makâl sabía que el día ya llegaba a su punto máximo, Siqilisse había ido a reunirse con Asmodeus, el señor de Noam y si las cosas salían como el elfo deseaba, aquella noche esperaba entregar a los alquimistas. Que sorpresa iba a llevarse cuando descubriera que los prisioneros ya no estaban.

—Lo más sensato seria evitar pasar por la ciudad, no obstante, estos bosques no son seguros para ellos. Makâl, condúcelos a través de la ciudad, eviten cualquier enfrentamiento y diríjanse al norte, deberán atravesar el valle de las luciérnagas y rodear Kimjesha para llegar a la montaña nublada —. Le había dicho Eldwin.

—¿Qué encontraríamos en ese lugar?

—Allí hay alguien que podría ayudarlos. Buscad a Faustina.

Makâl y los humanos llegaron al túnel colapsado, pero corrieron con la mala suerte de cruzarse con un coro de ninfas. Al ver a los humanos las ninfas se exaltaron y corrieron pregonando la noticia de que los humanos estaban libres en los tuneles.

Los cascos de centauros y faunos resonaron por todas partes. Makâl insto a los humanos a pasar la puerta.

—¿Qué estás haciendo, Makâl? — pregunto Tunzâl, uno de los amigos del enano que llego a la entrada del túnel derrumbado —¿Por qué liberas a los humanos?

—¿Acaso sabes por qué los capturan, Tunzâl?

El enano miró a Makâl con sorpresa, negó levemente con la cabeza.

—Son sacrificios para Asmodeus, sacrificios para comprar nuestra libertad — el eco de los cascos al chocar contra la piedra se acercaban. Tunzâl miro a Makâl con incredulidad —, Asmodeus es el responsable que vivamos aquí y ahora le compramos favores con la vida de humanos, Actuamos exactamente como aquellos que nos atacaron ¿te parece lógico? Estos humanos nos pueden ayudar más vivos que muertos.

—Yo iré con ustedes.

En ese instante un grupo de cinco centauros entre los cuales estaban Argus y Giorgio aparecieron por la derecha, apuntando a los prófugos con sus flechas.

—¿Qué estás haciendo enano? ¿Te revelas al concejo y traicionas a los tuyos? —grito uno de los centauros de pelaje negro.

—¡Salid de aquí! —Grito Makâl, lanzando una ultima mirada a Tunzâl —¡Cuento contigo para que todos se enteren de lo que sucede!

— ¡Fuego! —Gritó el mismo centauro, Makâl no tuvo tiempo de ver la lluvia de flechas que se dirigían hacia ellos. El pelirrojo, la gata y el gordo habían desaparecido por la puerta oculta. En ese instante la chica se disponía a salir, pero se detuvo y corrió justo detrás de él.

—¡Salgan! —ordeno la chica. Makâl se detuvo y vio como la chica detenía la lluvia de flechas creando un muro de llamas. Sin perder tiempo la chica se giró y volvió a la puerta, el hombre ya había desaparecido.

Makâl entro detrás de la pelirroja, justo a tiempo para ver al pelirrojo escalando para salir por el agujero que conducía al exterior.

—¿Estas bien Vittoria?

—¡Si, pero las llamas no tardaran en extinguirse! Debemos apresurarnos.

Desde el otro lado de la puerta, el enano alcanzaba a oír el caos que reinaba. Los centauros gritaban ordenes y voces más agudas resonaban. Seguramente los faunos habían llegado. A su lado, Vittoria, la pelirroja estaba en posición de defensa, esperando a que el pelirrojo saliera.

—Así vamos a tardar una eternidad — se quejó el humano de cabello negro.

—Déjamelo a mí — contesto el otro.

En la entrada, Makâl vio un grupo de enanos y de Faunos que se apresuraban por pasar, pero su visión de ellos fue breve, instantánea, porque en ese momento la tierra que obstruía el túnel se deslizó, arrollándolos por completo. Makâl se giró y vio al gordo con la frente perlada de sudor.

—¡Buen trabajo Onni! — celebro la chica.

—¡Aún no ha terminado! ¡Mira!

El hombre desplazó la tierra que obstruía la salida al exterior, creando un camino más amplio y fácil de seguir. Makâl había olvidado lo que era ver un alquimista en acción.

Capitulo III                                  Capitulo V                                                                     


No hay comentarios.:

Publicar un comentario