Escape
El
pasillo estaba iluminado por antorchas posadas en candelabros a cada
costado. Las sombras se proyectaban en las paredes, engañando al ojo
ante cualquier movimiento. El grupo de centauros que había salido a
patrullar el bosque había regresado con dos humanos.
Makâl
había visto el regreso de la cuadrilla de centauros centinelas,
todos ataviados con carcajes llenos de flechas y arcos. Eran cuatro
los centinelas que habían salido a la superficie. Sus cascos
resonaban al pasar. El enano pudo ver entre las piernas de los
centinelas a dos humanos que caminaban con las manos atadas. Eran una
mujer y un hombre, los dos con el cabello bañado por las llamas.
Los
centauros se alejaron entre los curiosos que habían salido a
observar a los cautivos, quienes eran conducidos a las estancias del
concejo. El enano intento seguirlos, pero varios faunos, enanos y
ninfas se lo impidieron.
Unas
horas mas tarde, Makâl esperaba la salida de los miembros del
concejo. Desde que llevaran a los cautivos, las puertas se habían
cerrado y no se sabía lo que sucedía. En los túneles todos
volvieron a su guisa, pero Makâl encontraba extraña la demora en la
estancia.
Después
de la caída de los señores de los siete reinos, el caos comenzó a
apoderarse de las ciudades y villas. En los bosques los animales eran
cazados y las criaturas atrapadas. En tan solo un año y medio
Nirvana había cambiado. La armonía entre hombres y criaturas había
sido rota.
—¡Hey,
Makâl! Vamos a visitar a las ninfas, los faunos ya están allí y
Mabarûn se adelantó con los otros.
—Adelántate
tú, Tunzâl.
El
enano se alejó, balanceándose de un lado a otro. Makâl volvió a
dirigir su atención a la gran puerta de piedra que tenía enfrente.
Antes de que el caos se apoderara de Nirvana, Makâl había tratado
numerosas veces con los hombres, intercambiando piedras preciosas por
alimentos y ropa. El día que el nuevo señor se instaló en el
palacio criaturas oscuras que nunca antes había visto se lanzaron a
los bosques cazando todo ser viviente, humano, criatura o animal.
Muchos
grupos de criaturas habían escapado, algunos haciéndose a la mar en
el oeste y otros internándose al este por el desierto de oro. Tal
era el caso de los Elfos que habían abandonado Nirvana por mar o de
los duendes a Arual por el desierto. Makâl había planeado partir, pero la mayoría
de su clan había caído en manos de las bestias soltadas desde Noam.
Animales gigantescos, cubiertos por pelo y dotados de afilados
dientes. Los centauros y algunos elfos los habían enfrentado, pero
no pudieron contenerlos por mucho tiempo, mucha sangre se había derramado
en los bosques, valles y ciudades.
Las
puertas se abrieron y un fauno salio corriendo.
—¿Qué
está sucediendo ahí dentro? —Inquirió Makâl.
El
fauno no le prestó atención y continuo su camino. El enano
persistente, corrió detrás del fauno.
—¿Qué
está sucediendo? Espera.
El
fauno lo ignoro. Los túneles subterráneos del bosque rubí habían
sido construidos por los duendes siglos atrás, antes de mudarse a
las fronteras. Desde que los ataques comenzaron, aquellos túneles
habían sido su refugio. Un complejo sistema de caminos que se
entrecruzaban entre si, formando un gran laberinto.
El
fauno se detuvo frente a los aposentos de los centinelas. Los
centauros salieron al llamado del fauno, de pelo cobrizo y diminutos
cuernos.
—¡Tengo
un mensaje de la mesa del concejo para El Capitan de los centauros!
—El fauno sacó de una bolsa que le colgaba del costado un
pergamino enrollado y se lo entrego a un centauro con los cuartos
traseros blancos.
El
centauro desenrolló el pergamino y lo leyó.
—¡Argus!
¡Claudio! ¡Giorgio! ¡Vamos a salir, prepárense! —Grito el
centauro, dando señas a los centauros que estaban detrás de él.
—Informaré
al concejo, Capitán Flavius, buena suerte —dijo el Fauno, antes de
emprender carrera nuevamente hacia la estancia del concejo.
Los
centauros tomaron los carcajes y los arcos. En un instante, estaban
preparados para salir. El enano se ocultó en las sombras, observando
a los imponentes centauros. Flavius, el Capitan estaba acompañado
por dos centauros de pelaje negro y uno de pelaje cobrizo.
—¿Cuál
es la misión, Flavius? —Pregunto el de pelaje cobrizo.
—Aun
hay dos humanos más en el bosque, Claudio. ¡Vamos!
Los
centauros partieron, dirigiéndose a la entrada sur. Makâl los
siguió hasta la entrada.
—¡Hay
mucho movimiento el día de hoy! —Comento un viejo fauno que estaba
apoyado contra un muro —. Envidio a los centinelas, quienes salen a
campo abierto. Estoy cansado de estar bajo tierra.
—Entiendo
a lo que te refieres.
—¿Cómo
te llamas mi barbudo amigo?
—Makâl,
hijo de Kha'i.
—Mucho
gusto, yo soy Eldwin. ¿Sabes qué es lo que ocurre?
—Los
centinelas fueron a capturar a otros dos humanos. Deben ser
compañeros de los que encontraron hace poco. Los dos pelirrojos.
—¿Tú
los vistes? Yo prefiero no meterme en las multitudes, ya no soy tan
joven como antes —El anciano rió pasiblemente.
—Hay
algo que no me encaja del todo esta noche. Normalmente, cuando
atrapan a un humano lo encierran en los calabozos o en el mejor de
los casos lo liberan en la entrada este, cerca de la ciudad, pero
esta noche el concejo ha estado reunido con los dos que capturaron.
—¿Quieres
saber lo que yo pienso? Esos dos deben ser alquimistas, al igual que
los que están afuera. Hace más de un año la orden fue destruida,
los alquimistas que sobrevivieron al ataque escaparon y ya no se
volvió a saber de ellos. Además, si es un grupo de cuatro, debe ser
lo más lógico.
—Pero
eso no puede ser posible.
—¿Conoces
La razón por la cual el concejo está tan desesperado por conseguir
humanos?
—No,
siempre me he preguntado que es lo que buscan con ello.
El
fauno miró hacia ambos lados del pasillo, cerciorándose que nadie
estuviera cerca. Un grupo de minúsculas hadas paso volando por el
fondo del pasillo, riendo por lo bajo. Cuando el enano y el fauno las
perdieron de vista, el fauno prosiguió:
—El
líder del concejo se contactó con el señor de Noam y le propuso un
trato — El fauno bajo la voz hasta convertirla en un susurro —.
Entregarle a los alquimistas que encontrara en el bosque a cambio de
dejar a las criaturas del bosque en paz.
—¿Está
hablando en serio? Pero, ¿Cómo sabe eso?
—Porque
yo, Makâl, hijo de Kha'i, hice parte del concejo. Que yo este aquí
no es ninguna coincidencia.
—¿Pero
como puede el concejo permitir eso? Cuantos humanos no han sido
capturados a lo largo del ultimo año, no me diga que todos ellos han
sido entregados al señor de Noam.
El
fauno guardó silencio, mirando hacia el suelo.
—El
señor del palacio de rubí nos propuso llevarle cien humanos con
habilidades alquimistas y cien fueron llevados, pero él cambió de
parecer y pidió cien mas.
—¡No
puedo creer lo que me estás diciendo! ¿Cien humanos han sido
sentenciados ante un hombre tan cruel como lo es Asmodeus?
—Ciento
cincuenta y tres, ciento cincuenta y siete, si contamos a los cuatro
de esta noche. Cuando Asmodeus nos pidió cien humanos mas, yo no
pude soportar por más tiempo y me retire del concejo.
Makâl
estaba consternado con la historia de Eldwin. Durante sus viajes
había conocido alquimistas, muchos de ellos habían llegado a ser
personas preciadas para él.
—Mi
joven y barbudo amigo, no quisiera empeorar la forma en que te
sientes, pero la captura de hoy es realmente importante. Tú te
preguntabas el porqué de la situación tan extraña del día de hoy.
—Usted
ya ha respondido a mi pregunta, viejo Eldwin.
——¿No
ves una diferencia a las ocasiones anteriores?
El
enano se quedó mirando al viejo fauno inquisitivamente, hasta que la
respuesta le vino a la mente.
—¡El
tiempo que han estado con ellos!
El
viejo Fauno asintió. En ese instante, la puerta se abrió,
levantándose a los cielos y una corriente de aire se filtró junto a
los centinelas y los prisioneros. En esta ocasión Makâl vio a dos
hombres, uno alto y delgado, con el cabello negro calleándole sobre
los hombros y a otro un poco más bajo, gordo y con una barba casi
tan larga como la del mismo enano, aunque con una calva prominente.
Flavius, El Capitan de los centauros llevaba en las manos a una gata
negra, la cual estaba atada con unas cuerdas.
—Apártense
de la entrada —Exigió Flavius, lanzando una mirada de rencor a
Eldwin —¿Qué hace aquí anciano traidor?
—Ya
me iba, Flavius.
El
viejo fauno se alejó con paso tranquilo, seguido por el enano,
mientras los centauros se alejaban haciendo resonar los cascos con su
marcha.
—Escúchame
Makâl, hijo de Kha'i tienes que ayudar a esos alquimistas a escapar
de aquí y guiarlos lejos de Noam. Durante el último año estuvimos
entregando a Asmodeus humanos capaces de desarrollar habilidades
alquímicas, pero estos son alquimistas. Solo los dioses saben lo que
les espera.
—¿Cómo
voy a ayudarlos a escapar?
—Primero
debemos saber lo que se proponen hacer con ellos. Sígueme.
El
enano y el fauno recorrieron los tuneles, el fauno caminaba
lentamente guiando al enano por caminos que nunca antes había
recorrido. Así su camino lo llevó a una gran estancia, en la cual
había todo tipo de objetos y armas.
—Por
esa puerta del fondo. Allí escucharemos y veremos lo que sucede.
Los
dos seres se desplazaron en silencio como sombras por la estancia,
hasta llegar a la puerta que indicaba el fauno. Una vez dentro,
llegaron a un pequeño recinto lleno de escudos y armaduras, en el
cual, al otro extremo, había una pequeña ventana.
Eldwin
se acercó a la ventana e hizo señas al enano para que se le uniera.
—Ningún
miembro sabe de la existencia de esta ventana. Observa.
El
fauno paso la mano sobre el cristal y esta desapareció, al volver a
pasar la mano, el cristal volvió a materializarse. El enano conocía
la magia de los duendes, por lo cual aquella pequeña ventana no lo
sorprendió. De hecho, Makâl sabía perfectamente, que era una
ventana que solo permitía a una de las partes observar, lo cual
significaba que podrían ver y escuchar lo que sucedía al otro
extremo sin que nadie remarcara en ellos. Los duendes siempre habían
sido los mejores espiando.
Makâl
se asomó a la ventana y vio una estancia similar a la que acababa de
dejar atrás, con la diferencia que esta estaba prácticamente vacía.
A excepción de la gran mesa en la cual los miembros del concejo se
sentaban. En el extremo derecho de la mesa estaba una ninfa, ataviada
con un vestido de rosas marchitas, a la cual nunca antes había
visto, justo a su izquierda estaba Azaghâl, el enano que
representaba a su pueblo en aquel concejo. En medio de la mesa estaba
el señor de los Elfos, Siqilisse. Makâl nunca lo había conocido,
pero había escuchado rumores de que era alguien muy estricto.
Detrás
del elfo estaba el fauno que había visto salir con el mensaje para
los centauros.
—Ese
fauno es mi nieto, es el mensajero del concejo. No me ha vuelto a
dirigir la palabra desde que abandone mi puesto —Susurro el fauno
al oído del enano.
Makâl
siguió el recorrido de la mesa, junto a Siqilisse había una silla
vacía y justo al lado se encontraba un centauro de piel negra, que
movía la cola con impaciencia de un lado al otro. En el centro de la
estancia estaban los cuatro humanos y en un saco estaba la gata, que
intentaba liberarse.
—¡¿De
donde vienen?! —inquirió el Elfo poniéndose en pie, golpeando la
mesa con las manos.
—Cálmate
Siq, no vale la pena alterarse con estos humanos —dijo la ninfa,
apoyando los codos sobre la mesa y mirando al humano de cabello largo
y negro que estaba delante del resto de prisioneros, con las manos
esposadas —Dinos, joven alquimista, ¿de dónde vienen? ¿A dónde
van? ¿Qué hacían en nuestros dominios? ¿Acaso están locos al
andar tan libremente por estas tierras?
—No
les voy a responder nada, esta no es forma de tratarnos. Acaso
ustedes no son seres pacíficos. Mirad lo que habéis hecho a mis
compañeros —el alquimista señalo a los dos pelirrojos que yacían
en el suelo, Makâl vio que el chico estaba inconsciente y la chica
sangraba de un labio.
—¡No
te atrevas a juzgarnos en nuestros dominios humano ! —espeto el centauro dando
una coz contra el suelo —. Si no quieres pasar lo mismo que ellos,
responderán a nuestras preguntas (Nuevamente pateo el suelo).
El
hombre de cabello negro miró desafiante al centauro.
—Durante
dos años estuve ausente de Nirvana y tal parece ser que las cosas
han cambiado. ¿Dónde está la legendaria hospitalidad de los enanos
y los elfos? ¿o la alegría de las ninfas y los faunos? Incluso los
centauros quienes evitan a los hombres, han tenido relaciones
cordiales con estos.
—¿De
dónde vienen? —repitio el elfo, mirando directamente al humano a
los ojos —. Comienzo a cansarme de vuestro silencio, tuvimos que
dejar inconsciente a tu compañero para que la humana hablara,
¿tenemos que hacer lo mismo contigo?
—¡Thomas,
lo siento! ¡Si no hablaba habrían matado a Aaron!
—No
te preocupes Vittoria, hiciste lo correcto. Aquí lo unico que no
esta bien es el trato que estamos recibiendo.
El
elfo miró al centauro, quien asintió y luego dio tres coces contra
el suelo. De una puerta a la derecha de la estancia salieron dos
enanos. La humana soltó un grito de terror y se acurrucó, formando
un ovillo con su cuerpo.
—Las
cosas están así humanos, ustedes nos dicen lo que queremos y
nosotros no les haremos daño. No es la forma en que nos gusta hacer
las cosas, pero ustedes fueron quienes comenzaron —declaro la
ninfa, jugando con su cabellera dorada.
—¿A
qué se refiere? —pregunto Makâl al fauno.
—Cuando
empezó la caza de criaturas, muchos humanos participaron, no sabemos
cuáles eran sus motivaciones, pero eso no impidió que los nuestros
muriesen. El padre del fauno que ves en ese recinto murió a manos de
un humano. Mi unico hijo.
Makâl
sintió un remolino de emociones agitarse en su interior, enterarse
que los humanos habían participado en la caza de los habitantes de
los bosques lo enfadaba sobremanera, ya que nunca había podido
aceptar completamente el complejo de superioridad de las especies, pero
por otro lado le parecía injusto que humanos inocentes pagaran por
los actos de otros. Muchas guerras se habían desatado por las mismas
razones, el inocente era la víctima culpada por el crimen de un
victimario que nunca llego a conocer.
los
intereses de unos perjudicaban a otros y el sufrimiento se propagaba
por el mundo como una enfermedad. Humanos, enanos, elfos o faunos,
poco importaba la especie, todos vivían y compartían el mismo
suelo, la misma agua, el mismo aire, el mismo fuego. ¿Por qué
debían atacarse los unos a los otros?
Makâl
volvió a observar por la ventana y vio que uno de los tenía entre
los brazos al gordo, mientras que el otro lo golpeaba en el estómago
con un mazo.
—¡Deténganse!
¡Deténganse! —lloraba la humana, mirando al gordo y luego a los
miembros del concejo.
—¿Van
a hablar?
—¡Por
favor! ¡Thomas, diles, diles!
—¿Y
bien?
—¿Por
qué los están torturando? —pregunto Makâl al viejo fauno quien
se había alejado de la ventana.
—Quieren
saber si conocen la ubicación de otros alquimistas, esperan comprar
el favor de Asmodeus. No los juzgues, nosotros no fuimos hechos para
vivir en estas condiciones, ustedes los enanos están acostumbrados,
pero ellos no. Estar bajo esta tierra nos hace perder el juicio. ¿Por
qué crees que Azaghâl no ha dicho nada? El los entiende, aunque no
lo comparte. Es por ello por lo que tu condenas sus acciones, porque
aun conservas el juicio. Ellos están desesperados por su libertad de
caminar bajo las estrellas, y sentir el césped en sus pies.
"Yo
conozco ese grupo de alquimistas, hace un par de años pasaron por
aquí, se dirigían al foso rojo en busca de los duendes. Estaban en
compañía del maestro supremo de la orden de alquimistas, Nicolas Flamel.
El motivo por el cual los alquimistas fueron eliminados es porque
ellos eran los guerreros del reino. No es ningún secreto que
nuestros antiguos gobernantes ya no están y los que están ahora
temen al poder de los alquimistas, sus conocimientos, sus artes.
Makâl
volvió a mirar por la ventana justo a tiempo de ver a otro grupo de
enanos entrar en la estancia.
—¡Llévenselos,
estos cuatro no saben nada! -Exifio el elfo, levantandose de la mesa.
Los
enanos arrastraron al pelirrojo y al gordo que estaban inconscientes,
mientras que al hombre y la mujer los levantaron a la fuerza y los
sacaron a empujones. La chica no paraba de llorar.
Uno
de los enanos alzó el bulto con la gata y algo cayo al suelo. Desde
donde estaba, Makâl no alcanzaba a reconocer lo que era. Ninguno de
los miembros del concejo pareció ver el objeto en el suelo, y todos
salieron de la estancia dejándola vacía.
El
enano se giró a Eldwin y le dijo: —Si lo que dices es cierto,
estos alquimistas podrían ser nuestra esperanza. No ganaremos nada
entregándolos a Asmodeus, ayudarlos es nuestra mejor opción.
—¡Eso
quería escuchar, mi barbudo amigo! Vamos, tenemos trabajo que hacer.
****
Makâl
había ocultado una bolsa con proviciones, armas y herramientas
útiles para los alquimistas, en el lugar que Eldwin le había
indicado. Un túnel que estaba derrumbado al oeste, justo donde había
caído la tierra, obstruyendo el paso había una puerta oculta, la
cual conducía a una salida secreta. La misión del enano era ayudar
a los prisioneros a escapar.
Antes de dirigirse a las mazmorras, Makâl se infiltró en la
estancia del concejo y recupero el objeto que había caído de la
bolsa donde estaba la gata. Era un collar en cuero, con una esfera de
cristal que contenía una pequeña piedra en su interior. Makâl se
sorprendió al ver que la esfera estaba intacta, a pesar de haber
golpeado el suelo de roca. Guardando el collar en un bolsillo
interior de su chaqueta, el enano salio cargando la bolsa.
Después
de recorrer el túnel que conducía a las mazmorras, el enano
descendió una pequeña escalera. Al llegar a la puerta escucho unas
risitas provenientes de una de las celdas, echando un vistazo, el
enano vio al guardia, un fauno joven en los brazos de una ninfa,
quien jugaba con el enorme miembro erecto del fauno.
Makâl
no podía sentirse más afortunado, con sigilo cerro la puerta de la
celda, sorprendiendo a los amantes. El fauno saltó, soltando una
maldición, mientras la ninfa soltaba el miembro de la criatura y se
ocultaba en las sombras.
El
enano corrió hacia las celdas donde estaban los prisioneros. Había
recuperado las llaves que estaban junto a la puerta y su misión
estaba prácticamente completa.
—¡¿Estan
todos bien?! —Pregunto exaltado Makâl, asomándose a las celdas.
—¿Quién
eres? —pregunto la chica, quien tenía los ojos rojos y saltones
por el llanto.
—Ya
habrá tiempo para presentaciones, primero tienen que salir de aquí.
Makâl
abrió las celdas, el pelirrojo y el gordo ya habían recobrado la
conciencia, pero estaban débiles para poder caminar, el enano liberó
las manos y pies encadenados en argentaurum que ataba a los cautivos.
Por su parte, la gata seguía metida en el saco. El enano la libero
de último y la saco con brusquedad.
—Cuidado
con ella, no la lastimes —Dijo el pelirrojo, arrebatando el bulto
de las manos de Makâl con cuidado. El chico apenas podía mantenerse
en pie.
Makâl
decidió ignorar al chico, de la bolsa que llevaba saco varias capas
oscuras y las distribuyo a los cuatro humanos.
—¿Por
qué nos ayudas? —pregunto el joven de cabello largo cuando el
enano le alcanzó la capa.
—Porque
ustedes son más útiles vivos que muertos. Pongansen las capas y
síganme.
Los
cuatro humanos, el enano y la gata recorrieron los tuneles,
ocultándose en las sombras. Makâl sabía que el día ya llegaba a
su punto máximo, Siqilisse había ido a reunirse con Asmodeus, el
señor de Noam y si las cosas salían como el elfo deseaba, aquella
noche esperaba entregar a los alquimistas. Que sorpresa iba a
llevarse cuando descubriera que los prisioneros ya no estaban.
—Lo
más sensato seria evitar pasar por la ciudad, no obstante, estos
bosques no son seguros para ellos. Makâl, condúcelos a través de
la ciudad, eviten cualquier enfrentamiento y diríjanse al norte,
deberán atravesar el valle de las luciérnagas y rodear Kimjesha
para llegar a la montaña nublada —. Le había dicho Eldwin.
—¿Qué
encontraríamos en ese lugar?
—Allí
hay alguien que podría ayudarlos. Buscad a Faustina.
Makâl
y los humanos llegaron al túnel colapsado, pero corrieron con la
mala suerte de cruzarse con un coro de ninfas. Al ver a los humanos
las ninfas se exaltaron y corrieron pregonando la noticia de que los
humanos estaban libres en los tuneles.
Los
cascos de centauros y faunos resonaron por todas partes. Makâl insto
a los humanos a pasar la puerta.
—¿Qué
estás haciendo, Makâl? — pregunto Tunzâl, uno de los amigos del
enano que llego a la entrada del túnel derrumbado —¿Por qué
liberas a los humanos?
—¿Acaso
sabes por qué los capturan, Tunzâl?
El
enano miró a Makâl con sorpresa, negó levemente con la cabeza.
—Son
sacrificios para Asmodeus, sacrificios para comprar nuestra libertad
— el eco de los cascos al chocar contra la piedra se acercaban.
Tunzâl miro a Makâl con incredulidad —, Asmodeus es el
responsable que vivamos aquí y ahora le compramos favores con la
vida de humanos, Actuamos exactamente como aquellos que nos atacaron ¿te parece lógico? Estos humanos nos pueden ayudar
más vivos que muertos.
—Yo
iré con ustedes.
En
ese instante un grupo de cinco centauros entre los cuales estaban
Argus y Giorgio aparecieron por la derecha, apuntando a los prófugos
con sus flechas.
—¿Qué
estás haciendo enano? ¿Te revelas al concejo y traicionas a los
tuyos? —grito uno de los centauros de pelaje negro.
—¡Salid
de aquí! —Grito Makâl, lanzando una ultima mirada a Tunzâl
—¡Cuento contigo para que todos se enteren de lo que sucede!
—
¡Fuego! —Gritó el mismo centauro, Makâl no tuvo tiempo de ver la
lluvia de flechas que se dirigían hacia ellos. El pelirrojo, la gata
y el gordo habían desaparecido por la puerta oculta. En ese instante
la chica se disponía a salir, pero se detuvo y corrió justo detrás
de él.
—¡Salgan!
—ordeno la chica. Makâl se detuvo y vio como la chica detenía la
lluvia de flechas creando un muro de llamas. Sin perder tiempo la
chica se giró y volvió a la puerta, el hombre ya había
desaparecido.
Makâl
entro detrás de la pelirroja, justo a tiempo para ver al pelirrojo
escalando para salir por el agujero que conducía al exterior.
—¿Estas
bien Vittoria?
—¡Si,
pero las llamas no tardaran en extinguirse! Debemos apresurarnos.
Desde
el otro lado de la puerta, el enano alcanzaba a oír el caos que
reinaba. Los centauros gritaban ordenes y voces más agudas
resonaban. Seguramente los faunos habían llegado. A su lado,
Vittoria, la pelirroja estaba en posición de defensa, esperando a
que el pelirrojo saliera.
—Así
vamos a tardar una eternidad — se quejó el humano de cabello
negro.
—Déjamelo
a mí — contesto el otro.
En
la entrada, Makâl vio un grupo de enanos y de Faunos que se
apresuraban por pasar, pero su visión de ellos fue breve,
instantánea, porque en ese momento la tierra que obstruía el túnel
se deslizó, arrollándolos por completo. Makâl se giró y vio al
gordo con la frente perlada de sudor.
—¡Buen
trabajo Onni! — celebro la chica.
—¡Aún
no ha terminado! ¡Mira!
El
hombre desplazó la tierra que obstruía la salida al exterior,
creando un camino más amplio y fácil de seguir. Makâl había
olvidado lo que era ver un alquimista en acción.
Capitulo III Capitulo V
Capitulo III Capitulo V
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